Hijos de la Gran
¨Como las grandes columnas de los domingos, he aquí mi palabrería dominguera¨.
[Antes que todo, lamento si he tardado en provocarles lectura o si tardado en subir el nuevo docureality (que de hecho no les he dado ni una sola pista). Lo que sucede es que ahora soy más meticuloso (me encanta esa palabra). Estoy poniendo mucho esfuerzo en lo que les estaré compartiendo pronto. Y claro, he estado disfrutando mi tiempo libre en cuestiones que me llenan como persona y, me está gustando el rollito. Y bueno, pues en algún momento de este mes de julio les adelantaré el trailer del nuevo documental. Que tampoco es que mueren por la lentitud].
A lo que iba...
[…] Quisiera poder cagarme en el mismísimo plato de comida que se mete al cuerpo aquél que se recrea despotricando con alguien cuando esa persona no está para defenderse. Ese que con agudo acento entonado en cada una de las mal usadas íes, se refiere a sí mismo como la gran persona, idolatrando su alter ego al punto nauseante que provoca indigestión hasta en los que son veganos. Es común, para esa clase de gente, treparse a un tipo de pedestal que apoya su desaliñada manía de reducir la reputación de alguien por el simple hecho de no concordar en algo. ¡Qué coraje cuando eso sucede! ¡Qué coraje cuando me sucede a mí o cuando sé que sucedió! Admito con humildad que he hablado de mucha gente a sus espaldas, unos ya no existen, pero no soy capaz de desacreditarles si no tienen la oportunidad de auxiliarse. Con excepción del muchacho que me robó una cámara, un flash, un perfume y un reloj al mismo tiempo, de ese cabrón hablo hasta dormido. Siempre he creído en las excepciones. Sin embargo, el peyorativo constante en una conversación que se vuelve larga, deja mucho que pensar sobre el emisor, el mala leche vamos. Por cosas como esas, debo admitir que hay una nueva frustración en mi vida: no ser cantante. No por ser conocido, sino por lo fabuloso que debe ser cantar lo que quieres que alguien escuche. Zumbar indirectas a diestra y siniestra de tus propias experiencias y que muchos consideren eso arte debe ser un placer.
Igual de placentero como cuando a mérito propio me encajoné en el mundo de las palabras, y noté que la vida se trata de muchas letras y vocales unidas, que aunque necias o sabias, de palabras se trata. De hecho, no se basa, no se concluye, no se forja, no se dirige, pero sí se trata de palabras, y de un montón de ellas. Por tal razón, cuando estoy sobrio, -que es la mayor parte del tiempo-, me obsesiono con hablar lo indicado, lo indispensable de cualquier conversación. En el pasado que pasó, como dice Arjona, tuve que bajar la cabeza por haber metido la pata. Y bajarla en el buen sentido, no en el sentido ruin y mal pensado. De lo malo uno aprende. Consecuentemente, en buena lid, sin argucias ni malas babas puedo tolerar descargas de una persona sobre otra. Es algo que saqué de mi vida.
Por correspondencia lógica, no soporto la comunicación escondida que se nutre de la condición ajena para rebuscar sentimientos olvidados que se quieren compartir como si el sentir fuera avispa zángana que del polvo trae lo que se sacudió sin importancia. Me urge ignorar ese tipo de gente que para mí son solo unos hijos de la granuja. Quiero amigarme con los del buen rollo. Los que tienen la capacidad de discernir con estilo, sin importar que sean temas de deportes o de política. Los que piden perdón y aceptan con humildad una disculpa. Esos, son unos hijos de la grandeza.
Y los amo con coraje..
Pues ese montón de palabras he decidido regalar a quienes a veces leen lo que escribo. Y si por alguna razón te has identificado, trata de hacer introspección.