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A paja limpia

Pues que el fin del mundo sea un éxtasis

Me preguntaba si soy de capaz de percibir las señales que me envía el universo cuando se las pido. Una que al menos sea ruidosa, que la pille de una, que sin perder el tiempo me cautive al instante porque soy de los que se despista fácilmente. Mientras lo hacía, miraba con pura pesadez la cantidad de miseria que guardo en mi cuarto dizque porque me traen recuerdos y, además, respiraba profundo –obvio- y me relamía los dientes de arriba. Creo que debatía entre botar gran cantidad de basura (a lo Marie Kondo) o seguir acumulando tonterías que no necesito para ser feliz. Y considerando que lo que más feliz me hace es dormir y tomar café, el plan de la botadera intensa estaba por comenzar. Claro, siendo un despistado casi siempre, decidí concentrarme y con cierto detenimiento escuché con calma todo lo que sonaba alrededor. De momento la brisa fuerte que hacía desde el día de ayer, se volvió más intensa y dudé que fuese una buena señal. De lo que si estaba claro es que esa fue la señal que había pedido minutos antes. Así que me puse las gafas color naranja que tengo en mi cuarto y que no son mías, y salí a la terraza. Allí parado con las manos descansando en mis caderas, observé que el mensaje era claro y oportuno. Tenía un hermoso día de frente, por lo que me puse de buen ánimo mientras notaba que a pesar de lo revoltoso que estaba el viento, los pajaritos y los pajarotes (porque había unos grandotes) volaban como si aprovecharan el día para hacer diligencias. Iban de abajo hacia arriba, de lao a lao, directo, en picada, concentrados, fue un espectáculo del que pocas veces soy testigo. Amo los pájaros, después del sexo, del sueño y de la comida, son lo más deleitoso que hay. Y los tenía allí, sobrevolando todo el panorama que desde la colina que acoge mi casa se veía tan grandioso. ¡Bien hijo de puta venga! Qué bonita es la vida a veces. Pues allí, con mis pies bien firmes en la terraza y con una sonrisita que seguramente evidenciaba lo idiota que luzco cuando presto atención a mis peculiaridades, vi que los árboles estaban florecidos y que algunos estaban cargados de frutas. Además, noté que en la horripilante y vomitiva casa que hay detrás de la mía, vive gente y, de las que comen bueno, de delgado tienen solamente el pelo. Pero se les veía naturalmente felices. Dando la vuelta a la terraza de la casa escuché a lo lejos música navideña en pleno mes de marzo. Y me dije: ¿cómo es posible que en pleno apocalipsis la gente saca tiempo para escuchar la música más alegre del año?, es que simplemente fue encantador; pajarillos cantando, villancicos, árboles contoneándose y olor a tierra mojá, ¡oh Dios! Simplemente maravilloso. ¿Y cómo es posible que viviendo hace un tiempo aquí viniese a darme cuenta de lo hermoso que es el paraíso que me rodea?. Me da cierta vergüenza el hecho de que tenga que vivir a mis treintaipico una cuarentena –que jamás imaginé posible- para notar que las hijas de la gran puta señales que llevo pidiendo al universo desde hace un tiempo están allí afuera todo el rato y yo por estar embobado en idioteces no fui capaz de darme cuenta. Casi se me acaba el mundo y no escuchaba las señales que se me otorgan cuando las pido. Cuando las grito también. Así que continuaré sacando lo mejor de este mal tiempo que vive el mundo y prestaré una próspera atención a todo lo que tengo cerca para darme cuenta que de feo lo único que tengo son los mocos que se me salen de vez en cuando. Que esta soledad me sirva para dormir placenteramente entre ratos y que cada vez que quiera comer puedo conducirme hasta la nevera para ingerir lo que me de la gana. ¿Qué más puedo pedir?, lo otro que me gusta, ni modo; a paja limpia…




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