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La neblina y su efecto psicotrónico

{Con un título así podemos saber que este palabreo es cursi y estúpido. Sin embargo, tiene un arrebato inspirador y soñador. O sea, cursi, como dije antes. Casi todo el rato que dedico tiempo a escribir, lo hago sin pretender sonar así de positivo, tipo Daniel Habif. En el peor de los términos; poético. O como dice un amigo; pendejico. ¿Pero qué ha pasado hoy? Pues que tendré que escupir hacia arriba y tragarme todo ese pragmatismo juzgador y avalanchoso}.

Pues a escupir… (“a lo que iba”, para los mente corta)


{Año 2020, dita sea} Todo era blanco y frío. Sucio solo estaban mis pies llenos de fango. De caluroso solo estaba el fuego de la hoya quemada. Mientras que el alborotoso ruido de la lluvia y del viento, aunque bonito, resultó muy pesado. Hizo callar por completo al prodigioso canto de los pájaros y de los coquíes que conviven junto a mí en este monte. Acá en lo alto del cerro, que en días como hoy se forra de neblina, el tiempo al parecer se detiene. Así ha pasado hoy, le contaré como…


Primero es un zumbido en la oreja derecha. Luego un mareo de poca duración, diré que unos cuatro segundos. Después, un sutil aroma que también dura muy poco. Normalmente, después de esa breve y extraña sensación, viene un cansancio dominante, si no es eso, es una pesadez o viceversa. Una vez pasa todo eso, se siente un cambio de energía que casi puede verse. Suena extrañísimo todo esto, pero en realidad no lo es. Raro sería no creerme. Pero sospecho que sucederá porque desgraciadamente no todos tienen la dicha de tener tiempo libre y de hacer con él lo que sus pensamientos susurren. Está claro que ellos nos hablan.


¿Le has prestado atención recientemente? Un no me desanimaría, pero, no es algo lamentable. Nunca es tarde para hacer una pausa y tirarse a hablar con usted mismo, relajarse, gozar el momento e inspirarse para elevar sus más deseables plegarias al cielo. A todos nos pasa, pocos lo hacemos.


Yo tuve un momento de contemplación y refresqué mi mente, mi memoria, mi estado de ánimo, una de esas. ¡Qué bien viene ese tipo de momentos! Había olvidado cómo se siente tomar una siesta a las 5:30 de la tarde. Como no es mi costumbre, también había dejado de sentir lo bonito que es mirar al cielo lluvioso, mientras la brisa fría llena mi cara de gotas. Es rico tumbarse bajo un vaivén de nubes blancas y grises que consiguen que el sueño esté más cerca del cielo. Tomar una siesta a esa hora es un privilegio, pero más que eso, una actividad que debería hacerse a menudo. A lo mejor no a esa hora, quizá un poco antes o un poco después. Igual se sentirá bien hijo de puta. Unos lo llaman meditación, otros; oración, concentración o simplemente hacer plegarias. Como sea que se llame, quiero seguir experimentando estas ganas de sacar tiempo para desconectarme de lo habitual y conectarme con la tranquilidad. Y por estos días conviene hacerlo porque si no lo ha notado, o nadie se lo ha contado, estamos destinados a desaparecer. Si, nosotros los humanos. A estas alturas del año 2020, ya la mayoría de las personas deberíamos tener claro que el modo de vida nos cambió a todos. A unos más rápido que a otros, pero nos rasuró a toditos. Así que, separar tiempo del día para no hacer nada y simplemente cerrar los ojos, ponerse cómodo, respirar, concentrarse y pedir a tu propia mente lo que te salga de los cojones, debe ser pasatiempo nuevo. Que no es que de una semana para otra te convertirás en un curandero o un puto conferencista, pero, si te mueres pronto, lo harás tranquilo. Y eso.


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